¡Enciendan la luz!, ¡Enciendan la luz, que este jodido me quiere robar! Fueron las palabras que terminaron con la tranquilidad que hubo en el bus.
Todos los pasajeros del bus marcopolo verde, que sale a las 6:30 p.m. de Managua con destino a San Carlos, pensaban que como todo jueves iban a tener un tranquilo y placentero viaje. El bus iba con todos los asientos ocupados y unos pocos de pie, puesto que no era ni enero, ni febrero, ni marzo; que son los meses en los que muchas personas viajan a Costa Rica; era abril.
El bus en promedio llega a las doce de la medianoche a su destino, y desde las 6 p.m. hasta las 10 p.m. todo transcurrió con calma. Pero pasadas las 10 de la noche, el sueño de la mayoría de los pasajeros que venían sentados se vio interrumpido por la petición de un señor que quería que encendieran las luces del bus.
El conductor las encendió y así la mayoría de pasajeros observaron a un señor moreno, alto, entrado en los sesentas, pelo blanco y también mostraba una escasa barba. Vestía de forma sencilla un pantalón azul y una camisa blanca, que hasta parecía un uniforme escolar. Este era el señor que pidió que encendieran las luces, él mismo que abordó el bus en Acoyapa, y que iba de pies pues no encontró sillas libres.
A este serio señor de voz fuerte, le estaba robando un muchacho de 18 años. El muchacho era moreno, de tamaño medio, con costo llegaba a los 160 centímetros, ojos negros, pelo chirizo; vestía una camisa rayada roja con blanco, unos jeans con una faja negra y calzaba botas de cuero.
-Este muchacho se estaba aprovechando de que me venía durmiendo para registrar mis cosas, si me estaba robando un sello el jodido – decía el señor en voz fuerte y mostrando al muchacho que tenía cara de inocente, para que todos los pasajeros lo conocieran – me hubiera jodido si me roba el sello, no ve que es importante en mi trabajo.
Todos en el bus estaban atentos a lo que el señor decía.
A su servicio
Una policía morena, de 165 centímetros de estatura, de cabello corto ondulado, que abordó el bus desde Managua, fue la única en el bus que habló con el señor después de lo sucedido. Conoció al muchacho, habló con él e incluso investigó datos de él, pues hasta se dio cuenta de que viajaba con su abuelita y que iban a un lugar que queda a 40 minutos de San Miguelito llamado Los Pantanos.
El muchacho tenía semblante de asustado. Por su rostro cualquiera pensaría que era inocente, pero después de que el señor dijera que el muchacho se lo había sacado del bolso este afirmó que
-Solo se lo recogí porque se le salió del bolso y se le cayó.
Estas palabras para la policía eran prueba suficiente de culpabilidad, puesto que en el testimonio del señor, dijo que el muchacho le iba hurgando el bolso, aprovechándose de que él se venía durmiendo. Cuando le revisó la mano, observó que tenía su sello de trabajo.
Mayasang ya había quedado varios kilómetros atrás. El bus haba reducido su velocidad y se acercaban al Pájaro Negro, un poblado en el que había una estación de policía. Por ello, la policía que estaba hablando con el señor y el muchacho, llamó a la estación policial del Pájaro Negro para que se llevaran al muchacho. Quedaron de mandar una camioneta a esperar el bus para encarcelarlo por lo menos unos dos días.
El bus pasó por el Pájaro Negro y de la camioneta ni las luces, por lo cual siguió con su habitual recorrido. Eran las 11:40 p.m. cuando arribó a Las Palomas, el típico lugar en el que las personas pueden bajar a comer y hacer sus necesidades fisiológicas, según los buseros, pero lo único que muchos hacen es comprar comida empacada, puesto que si ellos terminan de comer van directo al bus y no esperan a nadie.
En ese lugar algunas personas no bajan ni para comer, ni para ir al baño, mejor se quedan en el bus. Unas por el frio de afuera, otras por los sucios que son esos baños, que no tienen aro, no huelen a nada y tienen aspecto anti higiénico. Otras porque no les gusta la comida que allí venden, pues esta recalentada o a veces atiende lento. El negocio es una casa rosada que llaman comedor Los Alpes; alinean de 4 a 5 mesas frente al lugar donde dos mujeres gordas despachan la comida y los refrescos.
Todas esas personas que no bajan del bus, fueron testigos de la continuación del interrogatorio.
-Muchacho Vení para acá – le dijo la mujer policía con seguridad en su tono de voz.
-¿Para qué me quiere? – le preguntó el muchacho en tono tímido y bajo que la policía apenas lo pudo escuchar.
-Vení que quiero hablar con vos – le contestó.
El muchacho obedeció la orden de la policía y caminó hacia ella de manera insegura, no son antes dejar caer una media de ron Mombacho, bajo el asiento en el que venía sentado. Según él lo hizo con disimulo para que nadie lo viera, pero el señor lo miró y volvió a hablar.
-Y este jodido hasta las medias de regalo que le llevo a mi amigo se me está robando.
En ese momento ya estaba con la mujer policía, y esta procedió a examinarle. Ahí se dio cuenta de que adentro del pantalón tenía otra media de Mombacho.
-¿Qué es esto? – le preguntó con la meda en la mano. –Antes tal vez te hubiese creído de que no eras culpable, pero ahora ya te encontré con las manos en la masa. No te me bajas en San Miguel, vas directo a San Carlos, a la policía.
El muchacho no viajaba solo, iba acompañado de su abuela y su tía. Su abuela que vestía un vestido blanco y zapatos de abuela, replicó casi instantáneamente.
-No se lo lleve que anda con nosotras, vamos a 40 minutos de San Miguel y necesitamos a un hombre que nos guíe en el camino.
-No puedo señora – le respondió la mujer policía.
El bus arrancó rumbo a su destino, que ahora era el mismo del muchacho detenido.
Pese al suceso, el muchacho parecía ajeno a todo y como si anduviera de cabanga encendió su celular y comenzó a escuchar canciones de Vicente Fernández, Los Broncos, y de todo tipo de ranchera, hasta llegar a San Carlos.
A la tercer parada que el bus hace en San Carlos, una camioneta de la Policía alcanzó el bus y se llevó al muchacho, al señor, a la abuela y a la tía en la camioneta; a pasar una larga noche.
A los viajeros solo les quedaron las imágenes del muchacho escuchando rancheras.
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