
Barack Obama ganó la nominación a Hillary Clinton, augurado por los aires de cambios en 2008. Fotografía: La Nación. Costa Rica.
En 2008, una confrontación con esperanza lanzó al dominio escénico estadounidense a un afroamericano, acorralado entre los comodines del poder y la utopía de soñar, sin los millones de dólares tirados en el banco, sin los cheques corporativos ni las etiquetas tradicionales, un joven líder que construyó en pocos meses una red de donaciones sinceras, un semillero de desafío e ilusiones de primer mundo.
La generación harta de la polémica, el miedo, la zozobra del siglo XXI y el cáncer de wallstreet que había hecho trizas la mala nomenclatura del sueño americano le respaldó con vocación. 2016: Obama se retirará y el nuevo show teatral será protagonizado por dos antagonistas: Clinton-Trump.
Hace un año, el desequilibrio mundial era sólo una travesura del fenómeno climático de El Niño, en junio, una gesta de ira, odio, vulgaridad y sinceridad emergió de las colosales fuerzas antipáticas. Donald Trump, un aprendiz movedizo en fangos republicanos, un experto en captar atención y desenvolver el revolver de la fascinación, para bien o para mal, repetir su imagen en los medios de comunicación es uno de los frentes maquiavélicos que levantaron el muro fronterizo a sus oponentes, novatos, sedados por el veneno del estrellato y la sombra penitenciaria a sus ideales.
Sin más sorpresas, la dinastía Clinton afilada hasta los pelos, desenvainó la espada de la ambición, la de ser la primera mujer/esposa/primera dama/secretaria de estado en la casa blanca, después del desorden, al partido demócrata el ademán de repetir la palabra “primera” o “primer” sería una liturgia de la wikipedia de la historia, porque después de dotar de carisma al primer negro, inyectar la dopamina de la renovación a la first lady será un tratamiento para matar una estéril confianza que enferma su maternidad en liderazgo.
Ahora, los números afianzan su dictadura mundial, imponiéndose en el complejo proceso de selección de candidatos en las primarias de los dos grandes partidos: Republicanos y demócratas. Hillary a menos de cien delegados para su coronación como candidata, Trump, sin oponentes, roza su mediática actuación. Las matemáticas no suman emociones, detalla lo exacto, la complejidad de la sociedad.
Bernie Sanders, no admite imposibles, está para desgastar, está para revolucionar, el tiempo igual que las matemáticas le ha cercenado los caprichos del destino, su presencia es elevar los ideales de sus seguidores, que sin premio de consolación, votarán a Clinton o a Trump. Dos candidatos odiados, miembros del escrutinio público, sin piedad, batallarán.
Los Norteamericanos se han quedado sin amuletos, los latinos y minorías atados a simplemente elegir y furiosamente reclamar sus espacios, simplemente tirados en el azar. Dos victorias aniquiladas, maquilladas en azul o rojo, montadas en elefantes y burros de millones de dólares, quizás un debate sexual al estilo Lewinsky , les refresque la memoria a estos personajes de 69 años, sepulcros de Nueva York y menospreciados por las flores.
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