El arte la llevó a ser profesora de la Escuela de Bellas Artes en Managua y luego tutora de un grupo de estudiantes. “En cierto momento fui elegida para ser la directora del centro, pero Rosario Murillo, encargada del Ministerio de Cultura en esa época decidió escoger a otra, llamada Rosa Ortega. No me llamaba mucho la atención el puesto, pero mis estudiantes me pedían” dice ella después de haber sido tan solicitada, pero no escogida.
Además de ser maestra de alumnos con conocimientos más avanzados, se unió a un grupo de monjas que trabajaban con niños del barrio Dimitrov en Managua a quienes le daba clases los sábados y que luego todo lo que aprendieron lo usaron como medio de sobrevivencia.
“Estuve trabajando cuatro años y ocho meses en una tienda con Titú Lacayo, pintaba y decoraba muebles, pichingas, latas, sillas y todo lo que llevaban”, afirma Mendoza quien además expresa que aprendió mucho y considera que nunca se deja de aprender, que en la escuela enseñan la teoría y en camino se hace la práctica.
Mendoza afirma que tiene muchas anécdotas por contar, pero que una de las más interesantes en su vida es cuando trabajó en Mamá Delfina, lugar donde se vendía cerámica de toda Nicaragua y se hacía artículos exclusivos de la tienda.
“Un día se apareció un médico de Bolivia; estábamos sentadas en la mesa de trabajo mis dos compañeras y yo. Nos observaba tanto que decidimos presentarnos como artista y no lo creía, Al tercer día llegó a ver si estábamos y confirmó que si lo éramos, pensaba que le estábamos mintiendo porque esperaba encontrar alguien extravagante, a una persona viciosa que consume alguna sustancia para lograr la inspiración, y yo no hago uso de eso”
La artista poco conocida en Nicaragua ha andado de un lugar a otro, mostrando su arte y disfrutando de cada experiencia. Se ha destacado dentro de un espacio pequeño, pero aun así ha logrado impactar a sus seguidores. Ella no tiene estilo propio y mejor prefiere que el cliente pida gusto.
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